Una campeona, por Megan Moore

La inmigración es dinámica y siempre está cambiando. Es lógico que la historia de una inmigrante hoy en día, más de cien años después de la inmigración de mi familia, sea diferente. Entrevisté a Ana, una mujer que tiene 28 años y es de un pueblo en las afueras de Tegucigalpa, la capital de Honduras. Mi parte favorita sobre Ana es su falta de dramatismo. Las cosas que ha hecho para ganar dinero, para mí, son increíblemente difíciles, pero siempre me contó su historia con calma. Sin embargo, Ana es una persona muy privada y no me dijo el nombre exacto de su pueblo ni quería que se publicara su imagen. Su relato muestra una visión positiva de la inmigración. 

Hace cuatro años que vive en Sevilla y trabaja como cuidadora de ancianos. Cuenta que decidió venir a España porque no había trabajo en Honduras y necesitaba proveer una vida mejor para sus hijos (un niño que tiene nueve años y una chica que tiene siete). Honduras es uno de los países más pobres del hemisferio occidental; más del 65% de la población vive en la pobreza. El desempleo es alto, los sueldos son bajos y tienen un gobierno incapaz. Sin embargo, no hay una gran población de hondureños en España, y fue curioso por qué vino aquí. Ana me dijo que escogió Sevilla por varias razones. Quería un sitio donde se hablara español y donde conociera a algunas personas; sus amigos ya estaban en Sevilla y la ayudaron a obtener un visado (tardó seis meses en recibirlo) y llegar a España. Me contó que su viaje a España fue tranquilo y sin problemas. Empezó a trabajar para dos familias, una durante la semana y la otra durante el fin de semana. Está contenta con su trabajo y su preocupación primaria es enviar dinero a su familia en Honduras. Muchas familias en Honduras sobreviven de las remesas que envían sus familiares de España u otros países. 

Después de este semestre y las historias que he oído, cuando le pregunté sobre sus luchas en Sevilla, yo esperaba lo peor, pero me sorprendió. Ana me contó que su transición no fue difícil. Le pregunté otra vez para asegurarme de que he oído correctamente. Sonrió y dijo que no, no había tenido que luchar, sí dificultades normales como en la vida en general, pero nada horrible. Aunque pienso que Ana es una mujer extremadamente fuerte y nunca habla de sus esfuerzos, me alegro de que el universo haya dado a esta mujer su buen humor y una oportunidad justa. 

Ana me dijo que encuentrar un trabajo no es difícil: “Si lo buscas, lo encontrarás”. Con respecto a la crisis económica, Ana piensa que tiene suerte en su trabajo. Todas sus respuestas vinieron en un sentido positivo, que hay esperanza, sin duda. Dice que puede entender el acento andaluz y no puede darme ejemplos concretos sobre las diferencias entre la cultura española y la hondureña. Aparte del océano Atlántico, Ana actúa como si solo se hubiera mudado de ciudad o de región, no de país y continente. Es decir, que vive y trabaja aquí pero no ve las diferencias. Es interesante, porque ella no quiere regresar a su país (si pudiera) pero tampoco ha adoptado las costumbres de España; está en el limbo.  Tiene más amigos hondureños que amigos españoles y no tiene interés en la política de los inmigrantes en España (como la cuestión de votar). Para mí, fue triste, porque Ana trata Sevilla como una ciudad temporal, y no se ha comprometido con su vida aquí pero no quiere estar en Honduras tampoco. Me di cuenta de que lo quiere es estar en cualquier sitio donde estén sus hijos. 

Ana solo tiene una queja, que no está con sus dos hijos. Los dejó para venir a España, pues pensaba que sería más fácil encontrar trabajo sola. Los hijos viven con su abuela, la madre de Ana, y ella sabe que están bien pero se le hace muy difícil no verlos. Vi su instinto materno cuando a la pregunta “cuál es tu sueño” (podría ser cualquier cosa en el mundo) contestó: “Traer a mis hijos”. Ella espera que en los siguientes años lleguen sus hijos a España pero, a causa de la crisis, ahora da más dinero a más miembros de su familia y las oportunidades se reducen.

Ana dice que la transición no fue difícil pero, después de cuatro años, los españoles todavía la tratan de diferente manera. Es una mujer guapísima con la piel más oscura y piensa que la gente la juzga. Me contó que la discriminación es muy frustrante, pero que no hay otra opción, no puede hacer nada. Su vida es dura, trabaja la mayoría de sus días y está aquí sola. Para mí, paga un precio alto, pero Ana me asegura que vale la pena. Su carácter como persona se muestra en sus respuestas: siempre piensa en los otros. Por ejemplo, le pregunto qué ha aprendido aquí en España y me contesta “respetar a los demás”, como si siempre hubiera alguna persona que necesita ayuda, pero no ella. 

Ana no ve su situación como un sacrificio o una injusticia, solo es la vida. Asume su situación con mucha paz. Tengo muchísimo respeto por ella. Su trabajo es para mantener a sus hijos y lo hace. Pero creo que la mayoría de los inmigrantes no son como Ana, no están en paz con la mano que Dios les dio. Ana logró su meta de venir a España y ganar dinero para su familia (cumplió la escuela secundaria en Honduras y no tiene ganas de continuar su educación). Me preocupa sin embargo los inmigrantes que llegan y no pueden ignorar la discriminación aquí o quieren asistir la universidad: ¿pueden lograr sus metas? Además, empiezo a pensar en las personas que no tienen la oportunidad de emigrar, ¿quién va a ayudarlas a salir de su vida en la pobreza? 

Pienso en la situación de las familias tras la separación migratoria. La inmigración es una realidad, no es buena o mala (como decimos en clase), pero hay algo incorrecto en romper la estructura de una familia y forzarla a vivir separada. Pienso que esta estructura “transnacional” o “transcontinental” afecta al crecimiento de los niños. La demanda creciente en el Norte de mujeres trabajadoras de los países subdesarrollados causa que cada vez más madres dejen a sus hijos. Un estudio (Leah Schmalzbauer (Searching for Wages and Mothering from Afar: The Case of Honduran Transnational Families. 66 Vol. Blackwell Publishing Ltd, 2004) dice que el estrés emocional que sufren las madres que dejan a sus hijos solo se puede curar cuando regresan a su país (y las inmigrantes ilegales no suelen tener esta oportunidad a corto plazo). 

Este estudio dice que Honduras es un reflejo importante de los países del sur y que la migración transnacional (cuando un miembro de la familia sale del país por trabajo) será una estrategia de supervivencia familiar en el futuro. No puedo imaginar la cantidad de madres y familias que están en la misma situación que Ana. Como un hombre que dejó a su hija cuando tenía cinco años y algunas veces ella ya no se acuerda de él. Pienso que todos deben ayudar a cambiar la realidad de estas familias rotas por causas económicas.

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