Al otro lado del río Grande, por Tanya Fernández Rodríguez

En 1946, mi abuela María de Jesús Rodríguez y mi bisabuela María Juliana Álvarez Muñoz se fueron de San Miguel Allende, en México, donde nació mi abuela, rumbo a Estados Unidos, para buscar una vida mejor y reunirse con mi bisabuelo Calixto. Mi bisabuelo Calixto había encontrado un buen trabajo en una compañía de aguas. El viaje para mi abuela y bisabuela no fue nada fácil, se fueron con poco dinero y cruzaron el río Grande en una lancha pequeña.

Cuando llegaron se fueron a vivir a la ciudad de Pharr, en el estado de Texas, que está muy cerca de la frontera. Durante ese tiempo en Pharr, una amiga de la familia enfermó y mi abuela fue a cuidarla, y fue entonces cuando conoció a mi abuelo José Juan Rodríguez, quien también se había marchado de San Miguel Allende y vivía con la familia mientras trabajaba en los Estados Unidos.

Unos seis meses después de llegar a Pharr, los funcionarios de inmigración empezaron a ir a su casa pidiendo papeles. A los ilegales los mandaban de regreso a sus países de origen. Cuando fueron a la casa de mi abuela, mi bisabuelo les dijo que ellos se iban a marchar solos. Mi familia se tuvo que ir de Pharr y regresar a México. Lo bueno es que se quedaron cerca, en Reynosa, en el estado mexicano de Tamaulipas, que está a solo 20 minutos de Pharr, Texas. Mi bisabuelo continuó trabajando para la compañía de aguas e iba a Reynosa los fines de semana para visitar a la familia.

Durante la semana, mi abuela y mi bisabuela se ocupaban de una tienda que montaron en la casa en que vivían. Vendían chucherías y tabaco, y les iba muy bien porque al lado había una escuela de inglés y todos los estudiantes venían durante el recreo para comprar. Después de unos meses, el jefe de mi bisabuelo Calixto ayudó a su familia a conseguir tarjetas para que pudieran cruzar a Estados Unidos de visita. Aprovechaban los viajes para visitar a Calixto y para comprar cosas que llevaban a México y revendían en la tienda. Cuando se le terminó el contrato de trabajo a Calixto, decidió no renovarlo e irse a vivir a Reynosa con su familia.

A lo largo de todo este tiempo mi abuela y mi abuelo se convirtieron en pareja. Un día fueron a San Miguel para visitar a sus parientes y para que mi abuelo le pidiera la mano de mi abuela a toda su familia. Después de esto, se quedaron a vivir en San Miguel, se casaron y tuvieron a dos de mis tías, María Lala y María del Carmen Rodríguez.

Cuando las niñas cumplieron 3 y 4 años decidieron que era tiempo de moverse otra vez para ganar más dinero. Se fueron a Monterrey, México, que está a nueve horas de San Miguel y a tres horas de Pharr, Texas. Para sobrevivir cuando llegan a Monterrey, mi abuelo compra un carrito con el que vende verduras en la calle. Al poco tiempo mi abuelo oye hablar de un programa por el que muchos mexicanos en Reynosa obtienen permiso para ir a Estados Unidos a trabajar temporalmente.

En el Programa Bracero empezó en agosto de 1942 gracias a un acuerdo entre Estados Unidos y México. Los dueños de tierras en Estados Unidos iban a Reynosa para elegir a los trabajadores. Henry Lebow fue el que contrató a mi abuelo para trabajar de jornalero en su tierra en San Juan, Texas.

Mi abuelo estaba encargado de plantar algodón, maíz, zanahorias y otras verduras y vegetales. Mi abuelo resultó ser el mejor trabajador de Henry y este le cogió mucho cariño. Por eso cuando el programa iba a terminar, Henry le ayudó a solucionar sus problemas con el departamento de inmigración y quedarse. A la vez, mi abuela contrató a un abogado para que la ayudase con los trámites de inmigración a ella y a las niñas, pero el abogado se quedó con el dinero y al final no les resolvió nada.

Henry le consiguió los papeles a mi abuelo y al resto de la familia. Regresaron a Monterrey para firmar las visas y otros papeles importantes y finalmente lograron ser ciudadanos legales de Estados Unidos. Fue un gran momento para todos y algo que hizo a la familia muy feliz. Después de mucho años, Henry Lebow se cansó de la tierra y le ofreció a mi abuelo venderle todo. Mi abuelo, con miedo a perder su trabajo y sin dinero para comprarle la tierra, se fue a hablar con el cura de la iglesia. El cura, José María Azpiazu, le dio un préstamo de mil dólares para que pudiera pagar a Henry el desembolso inicial y le ofreció un trabajo en la iglesia para él y para mi abuela.

Poco a poco mi abuelo le pagaba a  Henry la deuda con el dinero que ganaba en la iglesia. Así fue como mi abuelo y mi abuela compraron 8 hectáreas de tierra en San Juan, Texas, y construyeron una vida para su familia. Mis abuelos tuvieron más niños y así fue como ahora yo tengo ocho tíos y tías y una madre encantadora. Mis abuelos han tenido que sufrir y luchar mucho en sus vidas para que nuestra familia hoy en día pueda estar en la buena posición en que estamos ahora.

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