Nirgiz y los kurdos de Binghamton, por Jenna Dorfman-Tandlich

Creció en Binghamton, estado de Nueva York, una ciudad pequeña a tres horas al norte de la ciudad de Nueva York. Al crecer en una ciudad tan diversa, cuando era pequeña siempre sabía que mis compañeros habían venido de países diferentes. Lo que no sabía, o quizás no pudiera comprender como una niña, eran las historias conmovedoras que habían vivido mis pequeños compañeros. Mi amiga Nirgiz Taha tiene una historia típica (o tan típica como una historia de inmigración puede ser) entre los inmigrantes kurdos de Binghamton.

Nirgiz nació en 1990 en Duhok, Kurdistán. Kurdistán es hoy una región autónoma en el norte de Irak donde los kurdos, minoría en el conjunto de Irak, son allí mayoría. Tienen una cultura muy rica. Nirgiz recuerda su infancia vagamente y con emociones encontradas. Por un lado, su familia vivía cómodamente. Su papá trabajaba para una agencia del Gobierno, y su mamá era ama de casa. Nirgiz, que tiene ocho hermanos (lo que no es extraño para una familia kurda) vivía cerca de toda su familia extensa, y por eso tenía relaciones muy cercanas con todos sus parientes. Por otro lado, la vida en Duhok carecía de muchas cosas importantes. No podía andar por la calle sin un miembro masculino de su familia. Como chica, la posibilidad de que ella asistiera a la escuela más allá de los ocho años de edad era pequeña.

Cuando en 1996 Sadam Hussein envió 30.000 soldados al Kurdistán, el señor Taha se dio cuenta de que tendría que irse con su familia. Nirgiz recuerda que la decisión de marcharse fue muy difícil para sus padres. «Mi papá era el hijo mayor en su familia, y, por eso, era su responsabilidad cuidar de sus padres en su tercera edad. Por otro lado, él entendía que quedarse en Kurdistán era peligroso para su familia». 

El padre de Nirgiz apuntó el nombre de su familia en una lista de una agencia del gobierno de Estados Unidos de los miles querían salir del Kurdistán. Por suerte, seleccionaron la suya para reubicarlos. En abril de 1997, la familia se mudó a un campo de refugiados en Turquía, donde vivieron unas dos semanas antes de que se trasladaran a otro campo de refugiados… en la isla de Guam, un territorio estadounidense en el remoto Océano Pacífico, donde pasaron nueve meses. Nirgiz recuerda que la vida en Guam era un poquito más estable que en su Duhok desgarrado por la guerra. Asistía a la escuela y empezó a aprender inglés. No obstante, el campo de refugiados lo dirigían las fuerzas armadas estadounidenses, y como chica, los soldados le daba miedo. «Siempre nos sentíamos nerviosos. No podía decir la cosa incorrecta a la persona incorrecta. Era un situación bastante tensa».

En Guam, preguntaron a cada familia a dónde querían ir en Estados Unidos. Muchos fueron a lugares populares de los que habían oído hablar: Nueva York, California, Chicago, etcétera. El señor Taha decidió que quería llevar a su familia a Maryland porque había oído de un amigo en el campo de refugiados que allí había trabajo y sistema educativo fuerte. La familia salió desde Guam a Maryland con las pocos posesiones que habían traído de Duhok. «En ese momento, lo único que quería era un lugar al que llamar ‘hogar’. Éramos ocho niños, y queríamos una vida estable».

La familia pasó cinco meses en Maryland antes de que un amigo del padre le llamara y le dijera que debía trasladar a su familia una vez mes, a Binghamton, Nueva York. Le informó de que había trabajo, escuelas y, lo más importante, una comunidad kurda. Una vez más, la familia se mudó a un lugar nuevo, con esperanzas de que ése fuera su hogar de verdad.

Los primeros meses en Binghamton fueron difíciles. Como no hablaba inglés, el señor Taha, que había trabajado en una agencia gubernamental e un cargo bastante prestigioso en Duhok, tenía que emplearse ahora como obrero de empresa de electricidad. Como tenía ocho niños, su mujer se quedaba en casa para cuidarlos. No tenían mucho dinero, pero vivían ahora en un país libre, lleno de oportunidades. «Asistir a la escuela era increíble en comparación con la vida que vivían mis primos en Kurdistán», recuerda Nirgiz.

El ajuste social fue difícil, pero ella tuvo la suerte de encontrar un ambiente de mucho apoyo. Tenía clases de inglés y maestros y compañeros muy amables. «Aprender inglés era al principio muy difícil. Pero lo aprendí rápidamente, y sentía cómo estudiaba con normalidad» (ella nunca lo diría, pero como su amiga y compañera de clase puedo decir que Nirgiz es una estudiante con mucho talento).

Además, al ser Binghamton una comunidad muy multicultural, la escuela primaria tenía muchos eventos culturales, y los estudiantes podían compartir sus culturas y aprender de los otros. Programas así, y la actitud misma de los maestros y los estudiantes, ayudan a los estudiantes inmigrantes a mantener y tener orgullo de su propio cultura, y a la vez, abrazar la cultura estadounidense.

El ajuste era mucho más difícil para sus padres y otros adultos. Aprender la lengua era muy complicado. Los padres todavía no pueden hablar en oraciones completas en inglés, aunque lo entienden. El hermano mayor de Nirgiz, de treinta años, también tenía muchos problemas para aprender la lengua, y todavía habla con acento kurdo. Según Nirgiz, es típico que los niños pequeños se adapten más fácilmente que los adultos y los adolescentes.

Cuando pregunto a Nirgiz cómo está la comunidad kurda en Binghamton hoy en día, su respuesta me interesa mucho. Yo recuerdo que, en el colegio, los kurdos me parecían una comunidad muy cercana. Pero Nirgiz habla de cómo ha cambiado la comunidad, formada por unas cincuenta o sesenta familias, durante los años en que ella y su familia han vivido en Binghamton.

«Cuando llegamos en 1997, era una comunidad pequeña y, por eso, muy cercana. Los kurdos que vivían en Binghamton cuando llegamos fueron magníficos con nosotros: nos ayudaron a encontrar una casa, trabajo para mi papá, y los niños kurdos me ayudaron con el inglés en la escuela. Después, mi familia hizo lo mismo con los nuevos inmigrantes kurdos que llegaban. Cuando una nueva familia kurda se mudaba a Binghamton, les ayudaba, como otros nos habían ayudado». Nirgiz hizo una pausa: «Pero después de muchos años, las familias, incluyendo la mía, empezaron a irse fuera del pequeño barrio en que han vivido todos juntos, y ha cambiado mucho». Como han pasado muchos años ya en Estados Unidos, algunos se han asimilado y abandonado algunas de sus costumbres religiosas y culturales.

No es que la comunidad kurda sea menos cercana hoy en día, sino que lo es de otra manera. Las familias kurdas no se involucran tanto en la vida cotidiana de otros, pero siempre están allí para apoyar a los miembros de su comunidad, dice mi amiga. «Hoy en día, a veces sólo vemos a otros kurdos en las bodas, en los funerales, cuando nace un bebé. Pero sabemos, dentro del corazón, que la comunidad kurdo siempre está allí para nosotros cuando se la necesita. Es un sentimiento muy especial».

La comunidad kurda de Binghamton ha proporcionado un lugar para crecer, aprender y adoptar la cultura estadounidense manteniendo al mismo tiempo el orgullo por su cultura de origen. Nirgiz y muchos otros ya tienen, finalmente, otro hogar.

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