La hispano-argentina Carol o el círculo de la inmigración, por Kurt Hager

La primera vez que Carol Ujeda Portales entró España fue en 1987. Llevaba mucho tiempo sin ver a su primos y a sus tíos, que habían emigrado a España desde Argentina diez años antes. La Guerra Sucia en Argentina había acabado en 1983, y su padre, comisario de policía, ganaba bastante más dinero gracias al incremento de la estabilidad económica. Con ese dinero, le compró billetes a Carol y a su hermano para que visitaran a sus primos de Sevilla. Un mes después regresó a Argentina con ganas de volver a España.

Carol nació en La Plata, cerca de Buenos Aires, en 1970. Lo que recuerda más de sus primeros veinte años allí es su vida rural fuera del caos de la gran ciudad. La familia no era pobre pero tampoco rica: vivían en un chalet, su padre trabajaba de policía y su madre se quedaba en la casa y cuidaba a los niños. Le encantaba nadar en el lago que había cerca de su casa y jugar con sus seis hermanos menores. Recuerda también las distancias, que eran una parte normal de la vida rural: tenía que recorrer varios kilómetros en busca de cosas básicas como, por ejemplo, medicamentos o ropa.

La madre de Carol, Dolores, emigró a Argentina con su familia desde Sevilla, en 1952. Tenía nueve años. La familia de Dolores se fue a causa tanto de problemas económicos como políticos durante la dictadura de Franco. “En aquella época todo el mundo emigraba de España”, dice Carol. Le ofrecieron trabajo a su abuelo en Australia y en Argentina y preferió irse a Argentina. Allí pasó cuarenta años y vivió momentos extraordinarios en la historia argentina: el esplendor inicial de Perón antes de la crisis y el golpe estado de 1955, el reino de la siguiente junta militar, el regreso de Perón en 1973 y la tragedia y horror de la Guerra Sucia de la dictadura castrense contra los opositores.

En Argentina la familia había mejorado su posición social y económica, pero después de la muerte de Franco en 1975 y el comienzo de la violencia de la junta militar argentina en 1976, poco a poco su familia regresó a España. Ella se quedó en Argentina hasta 1993 y fue la última en volver. Carol dice que, a diferencia de otros emigrantes que salen de sus países por razones políticas y económicas, como sus abuelos en 1952, el motivo principal por el que emigró hacia España fue la reunificación de la familia en Sevilla. 

Al final de 1991 Carol, ahora con 21 años, ya se había graduado y decidió irse a España otra vez para vivir con su tía y trabajar en la exposición universal de Sevilla de 1992. Además, ya había sabido que iba a vivir en España, porque un año antes su familia empezó solicitar los papeles y documentos para emigrar a Sevilla. Pasó siete meses en la capital andaluza. Trabajaba de secretaria en la expo, disfrutaba el ambiente movido de la ciudad (que contrastaba con la vida tranquila del campo), pasaba el rato con su familia y hacía amigos españoles. Así conoció a su futuro marido, Rafa.

Carol, en contraste con otros inmigrantes, tenía la suerte de ser de madre española. Por eso, antes de emigrar a España, solicitó la nacionalidad española en Argentina. Ella recuerda los viajes casi mensuales a Buenos Aires para firmar papales, responder a preguntas, mostrar documentos del trabajo y de la familia, para que su expediente fuera lo más completo posible. El proceso duró tres años. Si no recibía la nacionalidad antes de cumplir los 21 años, tenía que escoger el proceso normal de nacionalización, que tiene como requisitos vivir en España diez años y tener trabajo, casarse con un español o probar que tiene derecho al asilo político. “Lo tenemos que firmar antes de los 21 años. Si yo cumplía 21 años y los papeles no estaban firmados ya, nunca más podría conseguir la nacionalidad española [por la vía más rápida] aunque mi madre fuera española”, explica Carol. Lo consiguió.

Así que cuando emigró a España en 1993, entró con la nacionalidad española y no con el estatus de inmigrante. “Me trataban como española”, dice. Sobre el viaje, Carol recuerda que consiguieron vuelos baratos y, porque eran inmigrantes, podían llevar 40 kilos de equipaje cada uno en vez de 20 kilos. “Teníamos que traer nuestra casa”.

Al regresar a Sevilla (era su tercer y definitivo viaje), su jefe anterior la contrató de nuevo como secretaria para una empresa de publicidad. “No tuve un problema de adaptación como realmente un inmigrante puede tener en un país extranjero”, explica. Ya tenía familia y amigos a los que hábía conocido durante sus anteriores estancias. También, ya que es argentina, no tenía problemas con la lengua, aunque sí adaptó partes de la lengua coloquial. Comenta: “Si no digo que soy argentina la gente no lo sabe. Aunque no me considero realmente inmigrante”.

El único conflicto fue con sus estudios, porque no había un acuerdo de homologación directa entre España y Argentina. No podía entrar en la universidad aquí porque no reconocían su certificado de la enseñanza secundaria. Sin embargo, la universidad no le importaba tanto a Carol en ese momento porque dice que ya tenía marido y trabajo.

Aunque no salió de Argentina por razones económicas, dice que ahora gana más dinero del que podría haber ganado allí. “Puedo ver las diferencias con amigos míos en Argentina que han estudiado carreras, y realmente yo tengo más”. Dice que su familia estaba en una buena situación económica en Argentina, pero que sus padres han tenido más oportunidades en España. Por ejemplo, sus padres compraron una casa y un coche nuevo que nunca podrían haberse permitido en Argentina. Ahora sus hijos tienen más que ella cuando era joven. “Aquí podíamos crecer un poquito”.

No obstante, a pesar de los beneficios económicos, todavía se identifica más con Argentina y la prefiere. Dice que es un país “más completo en un montón de cosas” y que, a nivel personal, todavía encuentra diferencias y retos. Por ejemplo, con la comida: “Llevo 18 años en España pero no estoy acostumbrada a comer pescado”. Carol echa de menos a sus amigos argentinos y comenta que sus relaciones con ellos eran más profundas que las que mantiene en España. Había muchos extranjeros en su pueblo argentino, y se hacía familia de sus amigos. Aquí, en Sevilla, encuentra que es más difícil conocer a la gente porque en una ciudad grande las apariencias importan más. Lamenta de la vida en la ciudad que hay menos libertad para sus niños, es decir, que hay menos espacios para jugar, y que no hay tantas relaciones profundas con la gente.

Ahora lleva 18 años en España, y tiene tres hijos de 16, 11 y 3 años. Dice que está contenta en Sevilla y que nunca desde entonces ha regresado a Argentina. Porque su familia está aquí. Y porque, sobre todo, “prefiero quedarme con el recuerdo de cómo estaba antes”.

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