¿Vale la pena?, por Jenna Dorfman-Tandlich

En 2006, Miguel Carreño vivía en Caracas, Venezuela, y trabajaba en un empresa de reciclaje y basura. Hoy, vive en Sevilla, con su esposa y sus dos hijos, y trabaja para un empresa que hace estudios de mercado. ¿Cómo ocurrió esta gran transformación? Miguel, como miles de otros habitantes de Sevilla, asumió un gran riesgo y tomó un gran decisión, un gran decisión que toman también miles de personas cada día: emigrar.

Miguel Carreño nació en Caracas en 1984. Tuvo un infancia normal. A los dieciocho años terminó sus estudios y empezó a trabajar en una empresa de reciclaje y basura. No era el trabajo que querría hacer toda su vida, pero era trabajo de todas formas.

Trabajó en la misma empresa durante cuatro años, hasta 2006. Ese año, Miguel se dio cuenta de un gran hecho: no veía ninguna oportunidad para avanzar en Venezuela. En su opinión, el gran control que tenía el presidente Hugo Chávez en toda la economía de Venezuela le impediría progresar económicamente. Miguel se dio cuenta de que si quería una vida mejor, necesitaría mudarse.

Habló con su familia, y recuerda Miguel, recibió reacciones mixtas. «Por un lado, mi familia quería que tuviera una vida mejor. Pero, por otro lado, ellos no querían que yo me fuera muy lejos. Era una conversación muy difícil para todos». Al final, Miguel, con el apoyo de sus padres y el resto de su familia, decidió mudarse a Sevilla. Eligió Sevilla por dos razones: primero, habían muchas oportunidades de trabajo en aquellos días en España. Segunda, un tío de Miguel vivía en Sevilla, y por eso tendría alguien con quien quedarse. Es mejor conocer a alguien en un ciudad, un país, un continente totalmente nuevo. «Recuerdo que el hecho de que mi tío vivía aquí hizo que mi mamá se sintiera más cómoda con mi decisión. Aunque yo era un hombre adulto, las madres siempre se sienten nerviosas sobre algo así», refleja Miguel.

Además de los complicados aspectos emocionales y sociales, Miguel, como inmigrante de Venezuela, también experimentó dificultades logísticas para mudarse. «Cuando llegué a Sevilla, ya me sentía cansado, desorientado y nervioso por estar en un lugar lejano. La situación en el aeropuerto ciertamente no ayuda».

La situación a que refiere Miguel era la siguiente: llegó al aeropuerto, mostró su pasaporte a un empleado, y éste, después de ver el documento de Miguel, lo envió a una oficina de la Policía en el aeropuerto. ¿En ese momento, cómo te sentiste?, le pregunté. «Fatal», me respondió.

Con el corazón latiendo casi fuera de su pecho, pasó a la oficina. El policía miró su pasaporte y sonrió. Él explicó a Miguel que el trabajador del aeropuerto había visto «República Bolivariana de Venezuela» y pensaba que se trataba de «Bolivia», lo que significaría problemas porque los ciudadanos de Bolivia necesitan visado para entrar en España. Pero gracias al policía, Miguel pudo pasar.

Salió del aeropuerto, al abrazo cariñoso de su tío. «Verlo era una experiencia muy emocionante. Acababa de hacer un gran viaje, pasó la situación con la Policía; necesitaba ver a alguien familiar. Todos los inmigrantes no tienen tanta suerte. Yo, comparativamente, tuve suerte».

Miguel vivió con su tío y sus primas seis meses, mientras trabajaba en la cocina de un restaurante. Aprendió mucho de los compañeros de trabajo, e hizo amigos. «Una vez más, tuve mucha suerte. Primeramente, como hablo español, eso hizo que encontrar trabajo, hacer amigos y mejorar en el restaurante fuera más fácil. Segundo, hice muchos amigos venezolanos en el restaurante».

La experiencia positiva que ha tenido Miguel es consecuencia de muchos factores. Tenía la suerte de contar con familia en Sevilla y hablar el idioma. Pero, como cualquier otro inmigrante, asumió un gran riesgo. Dejó a su familia, su vida y todo lo que había conocido en Venezuela para mudarse. ¿Vale la pena?, le pregunté. «Sí. Si mis hijos tienen mejor chance de oportunidades de trabajo, sí. Todo lo que quiero es terminar la carrera y vivir bien y tranquilo. Si puedo hacerlo aquí en Sevilla, entonces sí, vale la pena».

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